miércoles, 11 de febrero de 2015

El afán nuestro de cada día




Dr. Miguel González
    Reciban todos los lectores y lectoras de este artículo un abrazo y las bendiciones de nuestro amado Señor para este nuevo año 2015. Que en verdad podamos entrar en Su reposo. Que podamos caminar en sabiduría, para poder ver Su mano en medio de nuestras situaciones diarias.
    Hoy quiero reflexionar con ustedes sobre el afán, y la necesidad que tenemos de vivir día a día (Mateo 6:25-34). El Señor Jesucristo dijo: “Baste a cada día su propio afán”. La enseñanza se encuentra en medio del Sermón del monte, donde Jesús nos instruye sobre cómo vivir una vida que agrada a Dios. Es en este contexto que enseña la necesidad que tenemos de decidirnos entre Dios y las riquezas:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (v.24).
Me saltó a la vista que el siguiente versículo comienza con la frase “por lo tanto”:
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir….(v.25)
    Si lo leemos separado del relato y de su contexto, pensamos que el Señor nos exhorta contra los lujos y las riquezas en nuestro concepto moderno. Pero no. ¡La advertencia sobre el amor a las riquezas viene a propósito del mismísimo afán por cosas tan básicas como el alimento y el vestido! Al decir “por lo tanto”, el discurso que el Señor viene dando sobre el amor a las riquezas (versículo 24) queda enlazado con el afán del que nos habla en el versículo siguiente (versículo 25).
    Tengo que confesar que este hallazgo fue sorprendente para mí. Pero por supuesto es coherente con todo el mensaje de Dios que leemos en los capítulos 5 al 7 de Mateo. Representa el llamado de Dios a nuestras vidas, a ir más allá y cambiar nuestro enfoque, nuestra manera de pensar con respecto a todo: Dios, la oración y el ayuno, el matrimonio, el trabajo, nuestros semejantes, el sufrimiento, el propósito de la vida y la vida venidera. Todo cambia (o debería cambiar) cuando Jesucristo viene a nosotros. O como dice el verso 1 del capítulo 5, cuando vamos a Él.
    Pero entonces, ¿cómo hacemos para vivir de esta manera? Continuando nuestra lectura del pasaje, nos damos cuenta de que el Señor nos ayuda en esto también. Nos dirige la mirada a las criaturas de Dios, “como las aves y las flores, que no siembran, ni recogen, ni tejen, y sin embargo son alimentadas y vestidas por Dios de manera perfecta” (v. 26-30). ¿Es esto un llamado a no trabajar y a esperar sentados que nuestras necesidades sean satisfechas? ¡Por supuesto que no! La palabra clave aquí es “afán”. Lo que necesitamos quitarnos de encima es ese afán por la vida, por la necesidad. Ahondemos en el significado de afán. La concordancia Strong dice que la palabra en el texto griego original es merimnáo; estar preocupado por: preocupar, tener, interesar, afán, afanarse, afanoso, tener cuidado. De manera muy interesante, esta palabra se origina de una raíz griega que implica dividir, estar dividido. O como ya lo hemos visto en el texto bíblico: no se puede servir a Dios y a las riquezas a la vez. Esa preocupación por cosas tan básicas, tan necesarias y tan buenas en sí mismas nos distrae, nos divide del verdadero enfoque, el cual es, como dice el Señor al final del pasaje, “el reino de Dios y su justicia”. En la parábola del sembrador, el Señor nos explica que: El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa (Mateo 13:22).
    “El afán de este siglo” no es otra cosa que la preocupación por las cosas mundanas, comunes y corrientes de hoy y siempre (la palabra siglo, aquí como en otros pasajes, no se refiere a un período de tiempo de mil años, sino a este tiempo entre la caída del hombre y la segunda venida del Señor), y el engaño de las riquezas no se trata de ser millonarios o prósperos, sino simplemente del afán por tener “seguros” asuntos tan básicos como la comida y la ropa. Creo que esta enseñanza del Señor encaja para nosotros como anillo al dedo en este tiempo y en este lugar en específico. En estos días de colas y escasez es importante nuestro enfoque. ¿Seguiremos preocupándonos de lo que nos hace falta o de lo que pasará mañana con estas cosas? ¿Continuaremos con este ánimo dividido? Terminaremos “sirviendo” a las riquezas.
    El Señor dice que “los gentiles buscan estas cosas” (v. 32) ¡Los cristianos no somos gentiles! Un gentil es por definición alguien que no tiene a Dios, que no busca a Dios. Un impío. Nuestro Padre celestial sabe que tenemos necesidad de todas esas cosas. Busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia. Que Dios reine en nuestro día a día. Pongamos nuestros intereses en orden delante de Dios. Hagamos saber a Dios nuestras necesidades, sin preocupación. Con la certeza de que Él nos dará todas las cosas conforme a Su manera de ser generosa y sabia. Pongamos nuestras acciones en todo aquello en lo que Dios quiere que hagamos. Aprendamos a vivir día a día. Pensar o preocuparse por el día de mañana no tiene sentido y habla de falta de fe. El día de hoy ya tiene sus afanes, sus preocupaciones como para que encima le añadamos las del mañana. Y aun así, a estos afanes de hoy, el Señor les dice “males” (verso 34).
    No se trata de hacernos de la vista gorda. No por mucho orar van a desaparecer las situaciones difíciles de una sola vez. De lo que se trata aquí es de nuestra tendencia a mirar lo natural, a quedarnos con lo que nuestros sentidos físicos perciben y nada más. A estar ansiosos por estar pendientes de la “realidad”. Dios nos invita a ver una realidad más amplia. A ver un reino que está en expansión. A participar de ese reino. En nuestra mente y en nuestra vida entera. Con nuestros pensamientos y emociones, pero también con nuestras acciones y nuestras palabras.
    Confío en que el Espíritu Santo de Dios sabrá guiarnos a toda verdad con respecto a cómo poner en práctica esta y todas las demás enseñanzas que Cristo tiene para nosotros.



PARA LOS TRABAJADOS Y CARGADOS



Por Letty Moreno

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”. (Mateo 11:28-30)

          En tiempos de incertidumbre individual y colectiva, donde los medios de comunicación, redes sociales y conversaciones habituales tienden a inquietar al creyente, es casi imposible ser libres del estrés, esa inquietud, nerviosismo y desasosiego que ya es común en nuestra experiencia. El estrés proviene de sentir que no tenemos el control de nuestras vidas y de las circunstancias del entorno. Esta perturbación humana ha existido en todas las épocas y edades históricas, por eso en Jer. 31:25 el Altísimo afirma: “Satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida”.
          Este desasosiego, que ocasiona la producción de sustancias químicas nocivas para el organismo (cortisol), no es experiencia exclusiva de los adultos. El grado de estrés que experimenta un niño con sus pequeños problemas es igual al de un adulto con sus grandes conflictos, por cuanto el problema se genera en el sentimiento de pérdida del control sobre las circunstancias. Conozco de alguien que experimentaba a sus 6 años tal preocupación por su asignación escolar de cinco copias de cinco líneas, que podía ser comparable con la perturbación que le generaba en su adultez un problema personal o laboral de trascendencia para su vida. Es así que, se puede afirmar que solo Dios puede dar descanso del estrés de todas las épocas y edades, por lo cual nos prescribe para no estar afanosos por nada.
          Ante esta debilidad, de nuestra propensión al estrés, Jesús deja promesas de descanso para nuestra alma en Mateo 11:28-30, al explicarnos de dónde proviene este cansancio y hastío que a veces nos abruma. No sin antes invitarnos a su descanso, ese que sobrepasa todo entendimiento, el Señor nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallareis descanso para vuestras almas”.
          Ser manso y humilde implica renunciar mental y emocionalmente a derechos que creemos tener. Pensamos que somos dignos de tener provisión segura, de disfrutar el respeto de nuestros semejantes, que debemos ser aceptados en todos los ámbitos, que merecemos colaboración y reconocimiento, entre otros. Cuando asumimos la mansedumbre y la humildad, tal como Jesús nos invita a hacerlo, pensamos menos en nuestros derechos y más en nuestros deberes. Como dijera alguien con muy buen juicio: “Ser humilde no es pensar menos de nosotros, sino pensar menos en nosotros”.
          Finaliza el Señor Jesús su atractiva invitación garantizando que su yugo es fácil y ligera su carga. ¿Cómo no ha de ser así?. Si Jesús no nos busca por interés. El no saca ganancia de nosotros. Él es Todopoderoso, tiene el control sobre todas las situaciones, no para hacer nuestra voluntad, sino para hacer su voluntad que es garantía de resultados agradables y perfectos. Jesús es la esencia de la sabiduría, no se equivocará jamás. Él es dueño de los tiempos, nada lo toma por sorpresa. En conclusión, no hay nada más fácil y descansado que servirle renunciando a derechos que no son nuestros, y que en todo caso, Él nos garantiza por su pura gracia. De manera que, para hallar descanso hay que creer que Jesús, quien tiene el control, es digno de confianza y abunda en misericordia y gracia para con nosotros, como para otorgarnos todas las bendiciones aun cuando no tenemos derecho a ellas.
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e-mail: salvadaporfe@gmail.com

El llamamiento de Dios va en serio



  

 El mensaje de las Buenas Nuevas de salvación es la herramienta mediante la cual el hombre, al escucharlo, se entera de su situación espiritual, se da cuenta de que está perdido, muerto en delitos y pecados, y que no puede, sin la ayuda de Dios, resolver el problema en que se encuentra, pero, de acuerdo a la operación del Espíritu Santo en su corazón, el hombre  asume la opción de rechazo o aceptación.
   No obstante el poder de la Palabra de Dios penetra el alma y el espíritu del hombre. El instrumento usado por Dios, como lo es el predicador, el evangelista, el pastor, debe estar consciente de su responsabilidad en la exposición de ese mensaje. Debe tomar en serio el mandato divino, de modo que el oyente lo crea.
    Desde hace varios años, el predicador ha desvalorizado el propósito del Espíritu santo en el mensaje, el cual es: redargüir, generar quebranto, humillar el corazón, provocar ansiedad por el conocimiento de Dios. La seriedad del expositor juega un papel muy importante en la convicción de pecado que debe sentir el oyente. Un predicador que irrumpe en el púlpito como un comediante, que todo lo convierte en chiste para provocar risas y aplausos del auditorio, jamás podrá ver un corazón quebrantado, jamás podrá observar lágrimas de arrepentimiento y contrición. Será sólo un improvisado actor, a quien Dios jamás le llamó al ministerio. Un oportunista que probablemente, frustrado en su deseo de ser alguien, o que lo crean alguien, no encontró otro lugar y otro escenario más propicio, según él, para lograrlo.
   ¿De dónde viene esa modalidad? De otros países. No es que se esté en desacuerdo con la visita de predicadores foráneos, que los hay, y muy buenos, serios y consagrados, pero ¿no habrá, en lo sucesivo, una forma de obtener una referencia que permita conocer el tipo de persona a quien se le va a ceder el púlpito?
   Me cuesta imaginar a un Pablo, un Pedro, un Esteban o cualquier otro apóstol del pasado, haciendo de actor y comediante. San Pablo a la iglesia de Corinto: “…me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado… Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor… Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder…”  (1ª. Cor. 2:3,4).
Necesitamos volver al Espíritu y sentimiento de aquél apostolado