Las
experiencias de Lupercio
LA
SERPIENTE
La superficie del terreno era un tanto irregular, con algunos huecos difíciles
de localizar a simple vista por estar cubiertos por una alfombra formada por una
gran capa de hojas desprendidas de los árboles como consecuencia de la fuerte
brisa montañera, por lo que se precisaba mucho cuidado al caminar.
La
cosecha del café estaba en pleno apogeo, y los peones de “la casa grande”, una
vez desayunados, se dispersaban por toda aquella extensión con sus canastos
ceñidos a la cintura entusiasmados: silbando, o entonando improvisadas tonadas alusivas a la recolección
del preciado fruto. Las mujeres cuchicheaban pícaramente mientras desgranaban
con igual destreza sobre sus canastos, el fruto carmesí que desprendían de las
ramas del cafeto. A ello se sumaba desde las copas de los árboles, la algarabía
de guacharacas, conotos, gonzalitos,
azulejos, etc.
Lupercio también participaba del concierto. Su costumbre de silbar en
cualquier lugar y circunstancia alguna alabanza relacionada con himnos y
“coritos”, le había merecido el apodo de “gonzalito” (1)
Aunque no era ajeno a todas esas tareas del campo, pues había aprendido
lo suficiente como para incorporarse también a la dura faena, sin embargo su
frágil contextura sólo le permitía ceñirse un canasto más pequeño que el de los
peones, pero de igual modo debía soportar la molestia que esto le ocasionaba en
la medida en que se iba llenando el recipiente.
Antes del medio día ya el sol
penetraba por entre los árboles neutralizando un poco el frío ambiente y
entibiando el suelo.
Cada vez que se llenaba el canasto, Lupercio, al igual que lo hacían los
peones, lo iba vaciando en un saco tejido de cocuiza hasta completar dos
costales, luego amarraba bien fuerte la parte superior, y los apartaba hasta que
llegara el peón que los condujera en el arreo, al patio de la “casa grande”,
donde bajo los rayos del sol sería extendido con el rastrillo junto con el
cosechado por el resto de los hombres. Al caer la tarde se procederá a
amontonarlo en pilas y cubrirlo con lonas impermeables para resguardarlo de la
lluvia y de los perros que acostumbraban dormir sobre las lonas. Al siguiente
día se repite el proceso en forma sucesiva, hasta, que luego de muchos días de
asoleado se convierte en “café en cereta” (*), listo para pilarlo.
La jornada de ese día termina, y
todos regresan ansiosos por diferentes caminos a la casa grande, tratando de
llegar los primeros, y donde les espera un verdadero festín de arepa pelada con
salmón enlatado y caldo de chivo con sus
respectivas presas.
Había un una vereda muy poco transitada por donde se solía llegar más
pronto, pero Lupercio, después de pensarlo un rato, desistió de su intento y
continuó con el grupo.
Tenía sobradas razones, para hacerlo, porque una tarde, viniendo del
cafetal, tomó ese atajo, pero antes de llegar a la casa, se paró unos minutos
sobre aquella húmeda y mullida alfombra que formaban las hojas caídas de los
árboles, observando cómo montones de conotos invadían un naranjo y con una
habilidad asombrosa, succionaban el jugo del fruto en su totalidad y luego dejaban
el cascarón intacto como si fuera el fruto, de tal manera que si alguien lo
desprendía, al apretarlo se daba cuenta que estaba vacío. Tan ensimismado
estaba, que no se dio cuanta que algo se movía tan fuerte en el suelo que lo
hacía tambalear. Inmediatamente pensó que estaba mareado, pero al mirar hacia
abajo, una gruesa y enorme serpiente se estaba desenrollando angustiosamente
debajo de sus pies tratando de salir. Dio un gran salto y comenzó a correr, sin
mirar hacia atrás, con toda la velocidad que le permitían sus piernas.
Asustado y tartamudeando, apenas pudo contar a un campesino que encontró en el
patio de la casa lo sucedido, quien se
movilizó rápidamente armado con un machete y un palo en fiera persecución del
reptil. A las pocas horas el campesino dio cuenta del animal, y colgado de una
vara, traía ya decapitada la temible culebra.
Sólo la intervención de un Dios en quien él confiaba y a quien siempre en
el corazón de la montaña le cantaba aquellos himnos y “coritos”, pudo salvarlo
de una mordida que hubiera podido ocasionarle la muerte, ya que, al decir de algunos vecinos del lugar que se acercaron a
observar la especie, se trataba de una serpiente muy venenosa, probablemente
una mapanare.
(1) Pájaro canoro
con un plumaje negro y amarillo, parecido al turpial.
(2) Se le llama
así al color negro y duro de la cáscara del fruto del cafeto cuando después de
asoleado suficientemente, queda listo para el pilón
Daniel
2012
Las
experiencias de Lupercio…
…Con todo esto, las puertas aún no se abrían para liberar ese caudal de
emociones que, comprimido allí, dentro de la cabeza, se revolvían como un
torbellino feroz. Por otra parte, no había posibilidad de calificar hasta tanto
se presentara la oportunidad. Eso era la provincia, carente de recursos y
mecanismos que permitieran un avance aunque fuese lento. Un aprendiz era solo
eso, un aprendiz con todas las limitaciones que le imponía su status. Por ello
ese intento de tratar de salir a la
superficie publicando esas elementales cuartillas, fue solo como se dice popularmente:
“una alegría de tísico”.
La
gran decisión
-Pero Lupercio- -le decían algunos compañeros- -¿Por qué no comienzas a
estudiar?- -Así podrás hacer amigos, te
entusiasmarás y hasta podrás llegar a ser un bachiller.-
-¡Yo lo
que quiero es salir de aquí a otro lugar!- -respondía Lupercio, molesto- -pero
debe ser difícil, sobre todo cuando uno no sabe hacer otra cosa que colocar los
caracteres de imprenta en el componedor. Además tendría que comenzar de
nuevo, ya que fuera de aquí todo será
diferente, según he oído decir y por lo que leo en los periódicos. Allá me
espera, entre otros problemas, el hambre pareja. Aquí al menos con lo poco que
me pagan puedo pasarla, y compartir con los míos.-
-En cuanto a estudiar, eso sí está más difícil aún y hasta peligroso. Dicen
que cuando uno no se alimenta bien podría hasta volverse loco. He oído de
algunos que se pusieron a estudiar y no pudieron, pese al esfuerzo, aprobar el
primer año de bachillerato, quedaron tan agotados que al poco tiempo andaban
hablando incoherencias y hubo que someterlos a un estricto tratamiento. Los
estudios requieren de una buena alimentación, concentración, dedicación,
empeño, y yo no estoy preparado mentalmente pare eso. En verdad siento mucho temor. Eso está bien
para quienes poseen medios económicos o tienen padres acomodados que pueden alimentarlos
bien.-
Lupercio representaba el típico fatalista: “Se despachaba y se daba el
vuelto”. Por algunos años no cambió su modo de pensar. Sin embargo, una permanente
fuerza interior superior a él mismo, lo impelía al riesgo. Fue entonces cuando,
como quien cierra los ojos y arremete contra lo desconocido, decidió al fin salir y probarse así mismo…
La
Complicación
No fue nada fácil, y mucho menos
responsable comenzar a vagar de provincia en provincia; un amigo aquí, otro más
allá; un “tirito” aquí, otro por allá. Era una época de mucha represión en el
país, donde menos uno pensaba se encontraba hablando con un espía del régimen,
pero ¡qué sabía Lupercio de política! La noche que fue detenido
en un bar cerca de la placita
trujillana, no era por hablar de política con un locutor recién conocido,
hablaban de poesía, de literatura, de autores. En algún momento de aquella
tertulia, una frase, una palabra, una expresión de inconformidad, fue tomada en
el aire por aquellos dos personajes que se acercaron a pedirle su
identificación, con la mala suerte que esa tarde había dejado sus documentos en
la habitación de la pensión, lo que le mereció (costó) catorce días de arresto.
Menos que la celda era amplísima pero sucia y maloliente. Allí sí había
personas que estaban opuestas al régimen, personas respetables, decentes:
Curas, abogados, médicos, ingenieros, quienes al verme, no podían entender cómo
un menor hubiese ido a parar a ese antro tan asqueroso.
No fui torturado, o vejado, u obligado a declarar algo que tuviese que
ver con algún descontento por mi parte. Sólo sé que al salir de allí, gracias a
la intervención del dueño de la pensión, pude mirarme al espejo y ver mi rostro
como de un adulto de cuarenta años…
Continuará…
Las
experiencias de Lupercio…
…Por supuesto que ello no justificaba
una conducta reñida con los principios de la Palabra de Dios, pues nunca
escaseaba la sabia y oportuna
orientación bíblica de los padres sobre determinadas experiencias impropias de
la edad, lo cual infundía cierto temor a
ofender a Dios y alejar la posibilidad
de constituirse en víctima dentro del medio. Por ello Lupercio luchaba entre
los amigos y compañeros por evadir la asimilación y hacerse como uno de ellos.
Aún así el normal deseo de encontrar su realización como ser humano lo llevó a
quebrantar su propósito de mantenerse incólume ante las recias amenazas y
sucumbía con frecuencia ante la tentación, sobre todo en la incursión dentro de
la declamación, la cual hacía periódicamente en la emisora local; en la lectura
de la página literaria de periódicos capitalinos y libros de poetas románticos
cuyo contenido solía compartir con cuanta adolescente conocía, y que
inevitablemente terminaba en un romance que luego se esfumaba.
La decadencia espiritual era evidente. Ahora concurría
con poca frecuencia a la iglesia, a pesar de la insistencia de su madre quien
no perdía la ocasión de recordarle: Lupercio, busca a Dios, las señales de la
venida de Cristo se están cumpliendo. Tú has leído la Biblia y sabes que si no
te arrepientes no te irás con Él. La lucha se tornaba cada vez más difícil para
él en su interior, se libraba un forcejeo entre la carne y el espíritu; sabía todo eso que su madre le decía, y lo
que le estaba sucediendo, pero ya había dado mucho espacio al enemigo.
Producto de esa turbulencia interna
surgió una anécdota: A eso de las cinco de la tarde, uno de los depósitos de
combustible colocados dentro de una de las refinerías que operaban en la
península, explotó súbitamente. Mientras todos huían por el miedo cuando
aquella ciudad se tornó rojiza, Lupercio se acordó de los consejos de su madre
y salió a la Iglesia corriendo sin mirar a ningún lado, pues casi sentía que el
fuego lo alcanzaba y lo abrazaba: En su desenfrenada carrera iba pensando:
“¡Llegó Cristo, llegó Cristo…!”. Tocó insistentemente la puerta de la iglesia.
Minutos después apareció el Pastor, quien lo mando a entrar. Pero ya Lupercio
se había consolado pensando: “Cristo no ha venido aún, porque si así fuese el
pastor no se habría quedado”
Cuando por necesidad en su alma
visitaba la iglesia, no podía concentrarse en la predicación, porque
su mente estaba en un verdadero conflicto: Dios, sus amigos, el romance, la
diversión, una que otra bebida espirituosa, además del terror de que sus amigos
lo vieran dentro de una iglesia evangélica y portando una Biblia. Por ello le
era difícil permanecer sentado en la banca y prefería levantarse e irse.
Luego de dos o tres años de aprendizaje en una tipografía en donde se
elaboraba un semanario local, tuvo la oportunidad de publicar sus incipientes
trabajos: versos y artículos. Continuará…
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