Cuando
veo al cuerpo de Cristo hoy en día, me doy cuenta de la necesidad que tenemos
de una revelación genuina de Cristo en medio de nosotros. Abundan las modas, el
deseo de poder espiritual, de bienestar material, mucho acomodo a la mundanalidad
moderna. Pensando en esto, quiero traerles algunas reflexiones acerca del
tiempo que Dios se ha tomado con sus hijas e hijos para formarlos en Sus
caminos y luego enviarlos a Su obra.
Veamos
algunos ejemplos:
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Dios llamó a Noé cuando tenía más de 500
años de edad (Génesis 5:32 )
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Abram salió de la tierra de Harán a la
edad de 75 años (Génesis 12:4). Y ese fue apenas el comienzo de su relación con
Dios.
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A pesar de que José comenzó a tener
revelaciones del propósito de Dios para su vida siendo aún muy joven (Génesis
37:2-11), no fue sino hasta que pasó varios años en tierra extranjera y que
pasó largo tiempo en prisión, que Dios lo llevó al cumplimiento de ese
propósito (Génesis 41:46).
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Moisés comenzó el liderazgo del pueblo
de Dios hacia su libertad de Egipto cuando tenía 80 años, no sin antes verse en
circunstancias muy duras (Éxodo 7:7).
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El rey David fue ungido muy joven (1 Samuel
16:11,13), pero no fue sino hasta que tenía 40 años, y luego de haber sufrido
persecución inclemente de Saúl y de vivir escondido y de muchos otros
sufrimientos, que finalmente ascendió al trono de Israel.
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En los tiempos de nuestro Señor
Jesucristo, no se podía iniciar una vida de rabino o maestro sino hasta cumplir
los 30 años de edad. Por eso, a pesar de ser Dios mismo encarnado, Jesús esperó
hasta cumplir esa edad, “para que se cumpliera toda justicia” (Lucas 3:23).
-
El apóstol Pablo comenzó su poderoso
ministerio luego de que pasaran varios años desde su conversión camino a
Damasco. Antes, pasó un buen tiempo siendo simplemente otro hermano en la
iglesia de Antioquía, y antes de eso, estuvo un tiempo en Tarso (Hechos 9:1-30;
11:25-30; 13:1-3).
Como
vemos, se trata de un patrón consistente que la Biblia nos enseña acerca de los
tratos de Dios para con nosotros. El nuevo nacimiento marca el comienzo. El
Señor Jesús lo llama “la puerta”. Sin embargo, luego de pasar por la puerta
comienza un camino, que en palabras de Cristo es angosto (Mateo 7:14). Es
necesario caminar un buen tiempo antes de querer comenzar a estar preparados
para ministrar dentro y fuera del cuerpo de Cristo.
No
es sino hasta que hemos caminado y sufrido, y nos hemos “acostumbrado” a llevar
la cruz que se nos da diariamente, que podemos ver como el Señor ve, y
comenzamos a ser capacitados para el ministerio, la obra, la misión que Dios
nos tiene. Este camino tiene una cruz que debemos cargar. Un negarnos a
nosotros mismos de manera continua que necesitamos practicar. Una búsqueda
constante de que “se haga Tú voluntad” en nosotros. Si nos saltamos este
camino, si escogemos los atajos, nuestra formación espiritual se verá truncada,
será de alguna manera deficiente, incompleta, y en muchos casos, llena de
obstáculos y cargas innecesarias. Puede parecer espiritual, pero realmente es
carnal, religiosa y que no tiene vida.
Es
necesario entender el principio espiritual del crecimiento cristiano,
pronunciado por Juan el Bautista. “Es necesario que yo mengüe, y que Él
crezca”. Esta es la base de la madurez cristiana. Ese es el propósito de Dios
para toda la creación, como lo escribe Pablo en su carta a los Colosenses (1:20).
Esa es la cura contra nuestra falta de unidad. Nuestra cura contra el pecado.
Nuestra cura contra la carnalidad, la mundanalidad, la religiosidad sin
verdadera Vida espiritual.
Es
mi oración que podamos ver como Dios ve, que podamos examinarnos a la Luz de la
Verdad. Que no pidamos más de Dios, pues Él ya se ha dado por entero a
nosotros. Con Cristo, el Padre no nos ha escatimado ninguna cosa. Tenemos TODA
bendición espiritual en Cristo. Lo que falta, lo que siempre nos falta, es
menos de nosotros mismos. Menos de nuestros propios planes. Menos de nuestras
propias ideas, que son completamente diferentes a las ideas de Dios (Isaías 55:9-11).
Menos del hombre. Menos de nuestro egoísmo. Menos de nuestra arrogancia
disfrazada de espiritualidad. Menos de nuestro yo. Así podremos ver, hermanas y
hermanos, la gloria del Señor brotar desde dentro de nosotros. Así veremos lo
que Dios ha dicho que veríamos. Así se convertirán de verdad, cuando nos
mostremos como ese pueblo de amor incondicional, de sumisión absoluta. Un
pueblo bajo un solo Señor. ¡Jesucristo! ¡A Él sea la alabanza, a Él sea todo el
crédito y todos los honores para siempre!
Miguel
González
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