El mensaje de las Buenas Nuevas de salvación es la herramienta mediante la cual el hombre, al escucharlo, se entera de su situación espiritual, se da cuenta de que está perdido, muerto en delitos y pecados, y que no puede, sin la ayuda de Dios, resolver el problema en que se encuentra, pero, de acuerdo a la operación del Espíritu Santo en su corazón, el hombre asume la opción de rechazo o aceptación.
No obstante el poder de la Palabra de Dios
penetra el alma y el espíritu del hombre. El instrumento usado por Dios, como
lo es el predicador, el evangelista, el pastor, debe estar consciente de su
responsabilidad en la exposición de ese mensaje. Debe tomar en serio el mandato
divino, de modo que el oyente lo crea.
Desde hace varios años, el predicador ha
desvalorizado el propósito del Espíritu santo en el mensaje, el cual es:
redargüir, generar quebranto, humillar el corazón, provocar ansiedad por el
conocimiento de Dios. La seriedad del expositor juega un papel muy importante
en la convicción de pecado que debe sentir el oyente. Un predicador que irrumpe
en el púlpito como un comediante, que todo lo convierte en chiste para provocar
risas y aplausos del auditorio, jamás podrá ver un corazón quebrantado, jamás
podrá observar lágrimas de arrepentimiento y contrición. Será sólo un
improvisado actor, a quien Dios jamás le llamó al ministerio. Un oportunista
que probablemente, frustrado en su deseo de ser alguien, o que lo crean
alguien, no encontró otro lugar y otro escenario más propicio, según él, para
lograrlo.
¿De dónde viene esa modalidad? De otros
países. No es que se esté en desacuerdo con la visita de predicadores foráneos,
que los hay, y muy buenos, serios y consagrados, pero ¿no habrá, en lo
sucesivo, una forma de obtener una referencia que permita conocer el tipo de
persona a quien se le va a ceder el púlpito?
Me cuesta imaginar a un Pablo, un Pedro, un
Esteban o cualquier otro apóstol del pasado, haciendo de actor y comediante.
San Pablo a la iglesia de Corinto: “…me
propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado… Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor… Y
ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder…” (1ª. Cor. 2:3,4).
Necesitamos
volver al Espíritu y sentimiento de aquél apostolado
No hay comentarios:
Publicar un comentario