Por Letty Moreno
“Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para
vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”. (Mateo 11:28-30)
En
tiempos de incertidumbre individual y colectiva, donde los medios de
comunicación, redes sociales y conversaciones habituales tienden a inquietar al
creyente, es casi imposible ser libres del estrés, esa inquietud, nerviosismo y
desasosiego que ya es común en nuestra experiencia. El estrés proviene de
sentir que no tenemos el control de nuestras vidas y de las circunstancias del
entorno. Esta perturbación humana ha existido en todas las épocas y edades
históricas, por eso en Jer. 31:25 el Altísimo afirma: “Satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida”.
Este
desasosiego, que ocasiona la producción de sustancias químicas nocivas para el
organismo (cortisol), no es experiencia exclusiva de los adultos. El grado de
estrés que experimenta un niño con sus pequeños problemas es igual al de un
adulto con sus grandes conflictos, por cuanto el problema se genera en el
sentimiento de pérdida del control sobre las circunstancias. Conozco de alguien
que experimentaba a sus 6 años tal preocupación por su asignación escolar de
cinco copias de cinco líneas, que podía ser comparable con la perturbación que
le generaba en su adultez un problema personal o laboral de trascendencia para
su vida. Es así que, se puede afirmar que solo Dios puede dar descanso del
estrés de todas las épocas y edades, por lo cual nos prescribe para no estar
afanosos por nada.
Ante
esta debilidad, de nuestra propensión al estrés, Jesús deja promesas de
descanso para nuestra alma en Mateo 11:28-30, al explicarnos de dónde proviene
este cansancio y hastío que a veces nos abruma. No sin antes invitarnos a su
descanso, ese que sobrepasa todo entendimiento, el Señor nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón y hallareis descanso para vuestras almas”.
Ser
manso y humilde implica renunciar mental y emocionalmente a derechos que
creemos tener. Pensamos que somos dignos de tener provisión segura, de
disfrutar el respeto de nuestros semejantes, que debemos ser aceptados en todos
los ámbitos, que merecemos colaboración y reconocimiento, entre otros. Cuando
asumimos la mansedumbre y la humildad, tal como Jesús nos invita a hacerlo,
pensamos menos en nuestros derechos y más en nuestros deberes. Como dijera
alguien con muy buen juicio: “Ser humilde
no es pensar menos de nosotros, sino pensar menos en nosotros”.
Finaliza
el Señor Jesús su atractiva invitación garantizando que su yugo es fácil y
ligera su carga. ¿Cómo no ha de ser así?. Si Jesús no nos busca por interés. El
no saca ganancia de nosotros. Él es Todopoderoso, tiene el control sobre todas
las situaciones, no para hacer nuestra voluntad, sino para hacer su voluntad
que es garantía de resultados agradables y perfectos. Jesús es la esencia de la
sabiduría, no se equivocará jamás. Él es dueño de los tiempos, nada lo toma por
sorpresa. En conclusión, no hay nada más fácil y
descansado que servirle renunciando a derechos que no son nuestros, y que en
todo caso, Él nos garantiza por su pura gracia. De manera que, para hallar
descanso hay que creer que Jesús, quien tiene el control, es digno de confianza
y abunda en misericordia y gracia para con nosotros, como para otorgarnos todas
las bendiciones aun cuando no tenemos derecho a ellas.
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e-mail: salvadaporfe@gmail.com
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