EDITORIALES

  
Editorial

LAS ESPADAS…¡A SUS VAINAS!

      ¡Cuán grande equivocación, pensar que nuestro enemigo común, el  diablo, pueda ser vencido mediante los instrumentos que nos ofrece hoy día la tecnología y el avance científico. La Biblia nos enseña todo lo contrario. El imperio romano contaba con el poder militar, político y con las armas de la época, pero nada de eso pudo contener el avance de la predicación de un grupo de hombres y mujeres que no  contaban ni siquiera con una espada.
    
     -“¡Mete tu espada en la vaina!”- -le dijo el Señor a Pedro cuando éste pretendió defenderlo de la turba. El Señor estaba rodeado de legiones de ángeles dispuestos a intervenir con sólo  escuchar su voz de mando, pero no lo hizo. En primer lugar, porque era la voluntad soberana  e irrevocable de Dios, que fuese entregado a sus enemigos para ser crucificado, y en segundo lugar, porque debía enseñarle a sus discípulos que pelear con las mismas armas de ellos no operaba la voluntad de Dios.

      El  profeta Eliseo al ser informado por Giezi, su criado, que estaban rodeados   por un gran ejército sirio armado “hasta los dientes”, éste, poseído de un miedo terrible exclamó: “¡Ah, señor mío! ¿Qué haremos?”. El varón de Dios, con la confianza y seguridad que debe caracterizar a un verdadero siervo de Dios, le contestó: “No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh, Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo, y luego que los sirios descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera conforme a la petición de Eliseo” 2da. Reyes 6:16-18).
   
 Cuando Senaquerib, rey de Asiria, amenazando con insultos y cartas pretendió  invadir a Judá, Ezequías, entonces rey de Judá, no lo enfrentó con ejércitos, sino que “…rasgó sus vestidos y se cubrió de cilicio, y entró en la casa de Jehová…” (2da. De Reyes 19: 1), “Y tomó Ezequías las cartas de mano de los embajadores; y después que las hubo leído, subió a la casa de Jehová, y las extendió Ezequías delante de Jehová. Y oró Ezequías delante de Jehová…” (verso 14-15ª…). Una de las tantas cosas que le respondió Dios a Ezequías fue:  “Así dice Jehová a cerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, ni echará saeta en ella. Ni vendrá delante de ella  con escudo, ni levantará contra ella baluarte. Por el mismo camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad” (verso 32). Igual podemos decir del escriba y sacerdote  Esdras, intercediendo por el pecado de Israel (Caps. 9 y 10 de su libro);  del estadista Daniel (caps. 9, 10 de su libro);  del legislador Moisés (Éxodo 34:27-35), cuyas armas de guerra fueron: llanto,  clamor, ayuno, quebrantamiento..      

     Hoy día, como en el tiempo de estos varones, la iglesia está rodeada de personas que, cegadas por el enemigo, rechazan el mensaje de Dios y acosan y amenazan, invocando incluso, leyes u ordenanzas para impedir la propagación del evangelio y debilitar la fe. ¿Qué hacer? ¿Salir huyendo? ¿Dejar la trinchera al enemigo? ¿Solicitar  la intervención de la fuerza pública? ¿Sacar espadas? Nuestra actitud debe ser imitar a estos varones de Dios. Proclamar ayuno, oración, clamor y llanto, pero un clamor genuino y sincero, sin aditamentos artísticos o teatrales que anulen el verdadero objeto del clamor. Quebrantar el espíritu hasta  ver la respuesta de Dios.


¡Las espadas, a sus vainas!

EDITORIAL FEBRERO-MARZO 2013

SEGUIREMOS EN LA MISMA LÍNEA


      Iniciamos este año 2013 agradeciendo en primer lugar a nuestro Dios por habernos concedido cumplir seis años de actividad ininterrumpida. Nuestro Jehová Jireh ha provisto durante este tiempo: la fuerza espiritual, física y emocional, las finanzas y el medio de propagación de este medio de comunicación cristiano denominado YELMO Y ESPADA. A Él sea la gloria y la honra por los siglos de los siglos.
En segundo lugar, porque, ante la temeridad que significa verter un contenido netamente bíblico apegado a los principios establecidos en la Palabra de Dios, hemos afrontado con la inspiración y el valor que nos infunde el Espíritu de Dios, la adversidad de quienes aún siendo nuestros hermanos en Cristo, difieren del  mensaje que, según algunos de ellos, luce obsoleto y anacrónico, en comparación con el advenimiento de las modernas y atractivas concepciones doctrinales imperantes en los últimos tiempos.
      Un viejo predicador fue abordado por un amigo de la siguiente manera:
      -¡Oye, hermano! ¿Aún sigues predicando ese evangelio antiguo?-
      A lo que respondió el predicador:
      -Así mismo es y será, hermano, mientras siga leyendo ese  libro antiguo llamado la Biblia!-
      La iglesia de Jesucristo puede perfectamente marchar paralela a la sociedad actual, pues, tenemos que vivir dentro de ella, aunque no con ella. Es como decir: Tenemos que vivir dentro de esta carne que es el cuerpo, y en consecuencia, combatir la influencia que gravita sobre él, como son las cosas de la carne enunciadas en el libro de los gálatas capítulo 5, versos 19 al 21, pero no ceder a ellas, en virtud de que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo (           ), y por lo tanto es necesario respetar los límites delineados en la Palabra de Dios.
      Esto es posible mediante  el poder de Dios que fortalece la vida del creyente, y lo ayuda a no ceder a la presión de la sociedad, ni a contaminarse con las cosas del mundo, aún cuando ello le acarree aflicción.  Y en ese libro antiguo, Dios le dice al profeta Jeremías: “…Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos…” (Jeremías 15: 19c…). Cómo es que parece no entenderse que la aflicción actual de la iglesia remanente, de la iglesia fiel y temerosa de Dios, individualizada en cada en cada miembro del cuerpo de Cristo,  y asediada por la presión del mundo  que le rodea, está tipificada en la persona de Lot, habitante de la corrupta Sodoma (Génesis 19:1-6): “(porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo  y oyendo los hechos inicuos de ellos)” (2da. Pedro 2:7,8)
       Esto es posible porque el Señor Jesucristo dijo: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. (Marcos 8:34). Ningún creyente temeroso de Dios debe admitir otra interpretación distinta. Esas palabras antiguas dichas por Dios a Jeremías; la experiencia de Lot en Sodoma, y la condición del Señor Jesús para todo aquél que quiera seguirle, siguen vigentes hoy día, y con el mismo significado con el cual fueron expresadas. ¿O es que acaso para muchos esas palabras ya no encajan en este tiempo?  



 EDITORIAL
Cizaña en las congregaciones

    Una mezcla de estupefacción, a la vez que de dolor y de tristeza, recorre el remanente fiel de la iglesia de Jesucristo en la actualidad. Decir remanente fiel es aludir a aquella parte del cuerpo del Señor que, no obstante la presión ejercida por el resto del organismo que la contiene, lucha por mantener firme su convicción, su fe, su esperanza,  en la Palabra de Dios, en sujeción a la cual debemos permanecer todos.            La parábola de la cizaña (San Mateo 13:24-30), comenzó a revelarse en los primeros tiempos de la iglesia, situación ésta que fue advertida en su momento por el apóstol Pedro: “Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras… Y muchos seguirán su libertinaje, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado…”.  (2ª. Pedro 2:1a,2).
    El apóstol Pablo, por su parte, los califica de “enemigos de la cruz de Cristo” (Filipenses 3:18) y escribe a Timoteo: “Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrina de demonios…”  (1ª. Timoteo 4:1).
    Lo serio del asunto es que muchos pastores no se preocupan por discernir el error que cada día se filtra en sus congregaciones, a través de los predicadores foráneos, ni de indagar sobre la postura de estas personas frente a las verdades de la Palabra de Dios.
    En otros tiempos algunos pastores, dedicados y celosos de su rebaño, al menor atisbo de una falsa enseñanza introducida encubiertamente por alguno de estos predicadores internacionales u otro predicador local, con mucha discreción y mediante cualquier recurso, lograban llamar la atención del orador, quien con disimulado disgusto, aceptaba la observación y modificaba el discurso. Por supuesto que la instancia inmediata de la denominación a la cual pertenecía la congregación, se reservaba el derecho de impedirle ocupar el púlpito en otra ocasión, con la consiguiente exhortación o sanción, si fuese necesario, al pastor de dicha congregación.
    Pero ya esas instancias dejaron de funcionar desde hace muchos años y la autonomía de los pastores es ahora casi absoluta, por lo que hoy día muchos son seducidos por la adulación y la alabanza de la que son objeto por parte de estos predicadores, permitiendo de ese modo la propagación de la cizaña dentro de la iglesia.
    No caeremos en la tentación de aquellos siervos preocupados (Mateo 13:28b): “¿Quieres pues que vayamos y la arranquemos?”. Tampoco  nos hacemos solidarios con aquellos que, creyéndose el verdadero trigo, se van de la iglesia a fundar una nueva congregación, sin considerar que al hacer esto se están convirtiendo ellos también en cizaña. Nuestra responsabilidad es solo orar e informarle al dueño del campo lo que está sucediendo. Él hará lo conveniente cuando llegue el tiempo de la cosecha (Mateo 13::30)

Daniel Fernández 



     La indiferencia puede llegar a convertirse en complicidad, salvo en casos de inconsciencia, ignorancia, o demencia comprobada, lo cual no es probable en creyentes cuya mente se supone renovada y elevada al nivel de la mente de Cristo. No se concibe que en la iglesia de Jesucristo esté ocurriendo algo anormal que va contra las Escrituras, y sean  pocos, incluyendo a quienes detentan la autoridad,  los que detectan tal anomalía.
     Afortunadamente en la iglesia primitiva no sucedía eso, los apóstoles estaban pendientes  de modo que la doctrina se mantuviera conforme a como ellos habían recibido del Señor. El apóstol Pablo por ejemplo: escribió a los gálatas que estaban siendo desviados por predicadores de una nueva doctrina: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Más si aun uno de nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.” (Gálatas 1:6-8)
    A esto se le llama celo de Dios. Si en verdad tenemos la mente de Cristo, debemos discernir entre el evangelio verdadero  en el cual fuimos enseñados y el nuevo evangelio que actualmente se está propagando. Hoy se salta de un evangelio a otro, incluso quienes conocieron el verdadero evangelio ahora lo desechan. Es más,  manifiestan públicamente el haber estado más de treinta años predicando y enseñando un   evangelio, del cual están arrepentidos, por el conocimiento de un evangelio “mejor”. ¿Mejor? Dicen ellos, porque ahora pueden traer sutilmente a la iglesia, el mundo con sus costumbres, vanidades, manera de hablar, etc. y de esa manera gozar de más libertad y menos abstención. Eso de que “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo… Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo…Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1ª. Juan 2:15-17). Este texto, según ellos, envuelve un concepto muy anacrónico, difícil de adaptarse  a la interpretación del “nuevo evangelio” y frena, de paso,  la libertad que Dios ha dado al individuo. ¿Pero de cuál libertad hablan ellos? El Señor Jesús dijo a quienes  estaban presos por la ignorancia y el desconocimiento sobre las Escrituras: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente libres”  (Juan 8:31).

    Gracias a Dios queda alrededor del mundo un remanente fiel, atento, alejado de la complicidad, aferrado a esa  Palabra antigua y que con la ayuda del Señor, publica, denuncia y ataca, con base en la enseñanza de Jesús y de los apóstoles, todo ese veneno que cada día es vertido por esos perturbadores sobre la iglesia del Señor Jesucristo.      

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