sábado, 25 de agosto de 2012

Milagos no hacen conquistadores

     



     Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto,lo hizo de la manera más espectacular que podamos imaginar. Salir de Egipto después de cuatrocientos años de esclavitud ya era un milagro, pero salir como ellos salieron, fue un portento. No podía ser de otra manera. El mismo Señor Todopoderoso les estaba sacandio de aquella ignominiosa esclavitud. ¿El destino?: Conquistar la tierra del amorreo, también conocida com o la tierra de Canaàn. Sin embargo, ellos no rosiguieron el camino trazado, sino que se establecieron frente a la Tierra Prometida, y allí, víctimas del m iedo y de la incertidumbre, comenzaron a murmurar y a rebelarse contra Dios (Deut. 1:6-8). Ellos fueron testigos de las grandes proezas que el Señor había ejecutado para librarse de la mano del Faraón. Desde el mismo momento en que Moisés les comunicó que el Señor los libraría de la esclavitud egipcia, hechos extraordinarios sin precedentes en la historia, comenzaron a man ifestarse. A peser de haber sido testigos de primer orden de lo que Dios puede hacer, no por eso se convirtieron en una generación de conquistadores. Los errores que cometieron, y su obstinación de no abandonarlos, les hizo divagar por el desierto sin rumbo fijo y sin destino seguro hasta estancarse.. Pero la intención de Dios no era que ellos murioeran en el desierto, sino que se constituyeran en una generación de conquistadores, pero para ser conquistador hay que seguir ciertas pautas: 1) Para conquistar hay que “ir”. Nadie podrá conquistar nada  si insiste en quedarse sentado en el mismo lugar donde siempre ha estado. El salmista dijo: “…irá andando y llorando el que lleva la preciossa semilla; más volverá trayendo sus gavillas” Los conquistadores VAN, aunque sea llorando, pero no se quedan estancados en ningún lugar. 2) Los conquistadores saben que “tomar” y poseer no es una opción, es su destino. Saben que fueron sacados de Egipto  no para divagar por el desierto o quedarse estancados, sino para conquistar. 3) Quien quiere conquistar no se puede dejar dominar por el “temor” ni “desmayar”. Seguramente cruzaron por sendas tenebrosas, pero no pueden permitirse ser doblegados. Ellos tienen un destino: ¡Conquistar! Para conquistar se requiere  un alto nivel de compromiso y santidad. Dios no puede ser burlado. Es Él quien nos da la victoria, y si pensamos que podemos jugarle sucio, estaremos cometiendo un grave error. Si queremos conquistar, tenemos que ser íntegros y transparentes ante Dios. La santidad no es un requisito para los clérigos, es una condición para tomar y poseer. 5) Para conquistar hay que confiar en Dios. En sus planes, Él nos ve a nosotros como conquistadores. El Señor está dispuesto  a ir con nosotros, siempre y cuando sea bajo su voluntad y hacia adelante. Estancarse no es una situación que Dios aprueba. Él quiere que avancemos y que seamos productivos. ¡Confiémosle a Él nuestros planes de conquista!

Las experiencias de Lupercio



El señor Rondón

Aquél mastodonte de un metro noventa de altura más o menos, de piel blanca pero sucia de no bañarse, mostachos que casi se unían a la  barba de diez a quince días sin rasurar  aproximadamente y ataviado con un percudido y deshilachado pantalón que alguna vez pudo haber sido de  color beige o quizás gris, subía jadeante, sudoroso la larga pendiente que lo conduciría hasta la cresta de la montañuela.
      -Me llamo Rondón- -José Rondón- -dijo, balbuceando con gran esfuerzo, al tiempo que bajaba de sus anchos y fornidos hombros una pesada maleta también raída y por demás descolorida que colocó a la orilla de la vereda.
       Como escrutando, recorrió  con la mirada la enclenque figura de aquél muchachito de apenas unos nueve años, pero fijando insistentemente sus ojos en la vianda que Lupercio traía, la cual despedía un agradable olor  que se colocaba por entre la ranura del recipiente cubierto con una servilleta de trapo y que Rondón  había percibido, como lo hiciera un sabueso hambriento. Se trataba del almuerzo para Don Nicasio.
      A pesar del temor que le causó la presencia de aquella enorme figura, Lupercio no pasó desapercibida  la necesidad que mostraba ese hombre a través de su semblante demacrado. Movido por una fuerza interior que no entendía, pero cuyo efecto sintió en su corazón, Lupercio, conmovido, y sin pensar en las consecuencias, desató la vianda, extendió la servilleta a manera de mantel  improvisado y allí a la orilla del camino le ofreció la comida al improvisado comensal. Rondón, con desesperación comenzó a devorar aquél opíparo banquete, pronunciando a intervalos un ¡gracias!, y apartando con su brazo velludo las migas de pan y de guiso que se deslizaban como gruesas burbujas desde su boca hasta la barba amarillenta.
Terminado el festín y satisfecho, el hombre se despidió de su anfitrión poniendo cariñosamente su mano sobre la cabeza de Lupercio en señal de agradecimiento, y tomando su maleta continuó cuesta arriba volviendo a cada momento su mirada hacia su bienhechor, quien lo vio alejarse hasta perderlo de vista, no sin enfrentarse  ahora a una fuerte batalla en su mente, pues conocía muy bien el carácter áspero e intransigente de su prima Encarnación. Si le contaba la verdad, sabía que no le creería y hasta le abriría la boca como buscando una evidencia de que Lupercio se había comido el almuerzo, y así castigarlo como se merecía, por lo que pensó en una mentira que le permitiera salir de aquella situación y evitar así el severo castigo.
En eso pensaba, cuando recordó lo que aprendió de sus padres cristianos y que repetían sus maestros en la escuela dominical de la capilla: “…todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre…”, (Apocalipsis 21:8), y, “…el diablo cuando habla mentira de suyo habla pues es mentiroso y padre de mentira…”, (Juan 8:44).
      Privó el temor a la Palabra de Dios y Lupercio optó por decir la verdad de lo sucedido, lo cual obró como una medicina a su conciencia infantil.
      Con voz trémula pero decidida, llegó hasta donde su prima:
-Prima Encarna- -le apostrofó- - No pude llevarle la comida al tío Nicasio-
-¿Cómo dices?- - Repítelo-
      -Bueno… fue que en el camino encontré a un señor hambriento, sentí lástima, y… bueno… le serví el almuerzo a la orilla del camino…-
      -Pero… ¿Estás diciendo que le diste el almuerzo de papá a un desconocido, y encima vienes a contármelo así frescamente como si nada…?-
      -Bueno… es que yo…
      -¡Cállate, imbécil! ¡Entra!
      -¡Pero si yo…!-
      Asiéndolo con fuerza por el brazo que casi se lo descompone, lo introdujo a la casa y…
      Lupercio recibió “su merecido”, pero en su mente y alma había mucha confusión: ¿No lo enviaba su tía Encarnación a casa de la “Niña” Cipriana a recibir lecciones de catecismo para recibir el bautismo? ¿No rezaba ella en “el cuarto de los santos” para que el cura del pueblo lo encontrara apto para el seminario? Por ello se desataba en su alma un caudaloso río de contradicciones, dudas, temores, que le ocasionaban terribles pesadillas nocturnas. Se encontraba solo en aquella serranía, y sus padres estaban a muchas leguas de allí, ignorantes de tal situación. No encontraba a quién contarle sus problemas. Se acordó que la Biblia dice: “…echa sobre Jehová tu carga y Él te sustentará…”  (Salmo 55:22). Así lo hizo. Por lo cual recibió  mucha fortaleza y confianza.
      En cierta ocasión, Lupercio, pasando cerca de la Jefatura del pueblo; escuchó el alboroto de un grupo de personas quienes , con con piedras y palos estaban a la puerta de la Jefatura Civil forcejeando para entrar y vociferando: ¡Es un ladrón, un ladrón…! ¡Sáquenlo para darle su merecido y que nos devuelva nuestras pertenencias!
     Lupercio se acercó, y de manera furtiva, pudo deslizarse por entre el grupo, y pegado a la celda que casi daba hacia la calle. Observó:
      No podía entender aquello. Amoratado y con señales de flagelo en varias partes de su cuerpo, Rondón permanecía tirado en el piso, indefenso. Quiso entrar y ayudarlo según le permitieran sus fuerzas, pero fue inútil. No le dejaron entrar.
      Desde entonces la tristeza y el dolor  no abandonaron a Lupercio. Prometió, no obstante, que aunque tuviera que sufrir otro castigo no cambiaría sus sentimientos al encontrarse con personas que necesitaran de su ayuda. 

Tiempo de Dios


     Cuando veo al cuerpo de Cristo hoy en día, me doy cuenta de la necesidad que tenemos de una revelación genuina de Cristo en medio de nosotros. Abundan las modas, el deseo de poder espiritual, de bienestar material, mucho acomodo a la mundanalidad moderna. Pensando en esto, quiero traerles algunas reflexiones acerca del tiempo que Dios se ha tomado con sus hijas e hijos para formarlos en Sus caminos y luego enviarlos a Su obra.
Veamos algunos ejemplos:
-          Dios llamó a Noé cuando tenía más de 500 años de edad (Génesis 5:32 )
-          Abram salió de la tierra de Harán a la edad de 75 años (Génesis 12:4). Y ese fue apenas el comienzo de su relación con Dios.
-          A pesar de que José comenzó a tener revelaciones del propósito de Dios para su vida siendo aún muy joven (Génesis 37:2-11), no fue sino hasta que pasó varios años en tierra extranjera y que pasó largo tiempo en prisión, que Dios lo llevó al cumplimiento de ese propósito (Génesis 41:46).
-          Moisés comenzó el liderazgo del pueblo de Dios hacia su libertad de Egipto cuando tenía 80 años, no sin antes verse en circunstancias muy duras (Éxodo 7:7).
-          El rey David fue ungido muy joven (1 Samuel 16:11,13), pero no fue sino hasta que tenía 40 años, y luego de haber sufrido persecución inclemente de Saúl y de vivir escondido y de muchos otros sufrimientos, que finalmente ascendió al trono de Israel.
-          En los tiempos de nuestro Señor Jesucristo, no se podía iniciar una vida de rabino o maestro sino hasta cumplir los 30 años de edad. Por eso, a pesar de ser Dios mismo encarnado, Jesús esperó hasta cumplir esa edad, “para que se cumpliera toda justicia” (Lucas 3:23).
-          El apóstol Pablo comenzó su poderoso ministerio luego de que pasaran varios años desde su conversión camino a Damasco. Antes, pasó un buen tiempo siendo simplemente otro hermano en la iglesia de Antioquía, y antes de eso, estuvo un tiempo en Tarso (Hechos 9:1-30; 11:25-30; 13:1-3).
Como vemos, se trata de un patrón consistente que la Biblia nos enseña acerca de los tratos de Dios para con nosotros. El nuevo nacimiento marca el comienzo. El Señor Jesús lo llama “la puerta”. Sin embargo, luego de pasar por la puerta comienza un camino, que en palabras de Cristo es angosto (Mateo 7:14). Es necesario caminar un buen tiempo antes de querer comenzar a estar preparados para ministrar dentro y fuera del cuerpo de Cristo.
No es sino hasta que hemos caminado y sufrido, y nos hemos “acostumbrado” a llevar la cruz que se nos da diariamente, que podemos ver como el Señor ve, y comenzamos a ser capacitados para el ministerio, la obra, la misión que Dios nos tiene. Este camino tiene una cruz que debemos cargar. Un negarnos a nosotros mismos de manera continua que necesitamos practicar. Una búsqueda constante de que “se haga Tú voluntad” en nosotros. Si nos saltamos este camino, si escogemos los atajos, nuestra formación espiritual se verá truncada, será de alguna manera deficiente, incompleta, y en muchos casos, llena de obstáculos y cargas innecesarias. Puede parecer espiritual, pero realmente es carnal, religiosa y que no tiene vida.
Es necesario entender el principio espiritual del crecimiento cristiano, pronunciado por Juan el Bautista. “Es necesario que yo mengüe, y que Él crezca”. Esta es la base de la madurez cristiana. Ese es el propósito de Dios para toda la creación, como lo escribe Pablo en su carta a los Colosenses (1:20). Esa es la cura contra nuestra falta de unidad. Nuestra cura contra el pecado. Nuestra cura contra la carnalidad, la mundanalidad, la religiosidad sin verdadera Vida espiritual.
Es mi oración que podamos ver como Dios ve, que podamos examinarnos a la Luz de la Verdad. Que no pidamos más de Dios, pues Él ya se ha dado por entero a nosotros. Con Cristo, el Padre no nos ha escatimado ninguna cosa. Tenemos TODA bendición espiritual en Cristo. Lo que falta, lo que siempre nos falta, es menos de nosotros mismos. Menos de nuestros propios planes. Menos de nuestras propias ideas, que son completamente diferentes a las ideas de Dios (Isaías 55:9-11). Menos del hombre. Menos de nuestro egoísmo. Menos de nuestra arrogancia disfrazada de espiritualidad. Menos de nuestro yo. Así podremos ver, hermanas y hermanos, la gloria del Señor brotar desde dentro de nosotros. Así veremos lo que Dios ha dicho que veríamos. Así se convertirán de verdad, cuando nos mostremos como ese pueblo de amor incondicional, de sumisión absoluta. Un pueblo bajo un solo Señor. ¡Jesucristo! ¡A Él sea la alabanza, a Él sea todo el crédito y todos los honores para siempre!

Miguel González

Denunciar falsas enseñanzas, no es criticar




Cuando un hecho anómalo está ocurriendo dentro de la sociedad, y tiende a
propagarse afectando a un determinado sector de la comunidad, el Estado provee
al ciudadano del instrumento legal de la denuncia, de modo de que la instancia
competente asuma la responsabilidad de avocarse al esclarecimiento de los hechos
y circunstancias que originaron tal situación, a objeto de restablecer la paz y la
convivencia
La Palabra de Dios también tiene sus propios recursos cuando la doctrina se ve
amenazada y perturbada por factores internos o externos. La doctrina de la iglesia
cristiana está contenida en las enseñanzas de Jesucristo, recogida luego por los
apóstoles, quienes se sirvieron de esos mecanismos: El apóstol Pablo denunció la
intromisión de falsos profetas en la iglesia: “porque os celo con celo de Dios, pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero
temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean
también de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo…”. Las razones
que aducía Pablo eran: “porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos,
que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y esto no es sorprendente, porque el mismo
Satanás se disfraza de ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros
se disfrazan de ministros de justicia…”. (2ª. Cor. 11: 2,13-15). Así mismo, el apóstol
Judas nos exhorta a “combatir ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los
santos, porque algunos hombres han entrado encubiertamente,…hombres impíos, que
convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios…” (Judas 1:3-4).
Un verdadero siervo de Dios no debe permitir falsas doctrinas en su congregación,
venga de quien venga, y sin importar cuánta fama o beneficio económico pueda
reportarle. De la misma manera ningún creyente debe obedecer a pastor alguno
que se desvíe de la sana doctrina. En el libro a los hebreos el apóstol recomienda:
“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios…”, pero agrega
también: “…considerad cual haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”
(Hebreos 13:7). Por supuesto que debemos respetar y estar sujetos a nuestros
pastores, como nos enseña la Palabra, pero no de manera incondicional al punto
de obligarnos a aceptar cualquier “viento de doctrina” que ellos hayan permitido
introducir en la congregación. En tal supuesto, se nos exhorta a “considerar” tal
conducta, porque si la misma es indicadora de una desviación de la, fe, no debemos
imitarla, pues “…es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:20).
El creyente tiene el derecho, previo discernimiento en el espíritu, a denunciar
cualquier hecho perturbador de la sana doctrina, pero eso sí, con fundamento en la
palabra de Dios, no en base a la opinión de algún comentarista por muy erudito que
se presente. Al hacerlo, usted no está criticando al pastor, como se pretende decir
a modo de amedrentamiento, no, usted está evitando que se propague el error y
contamine a toda la iglesia. Por otra parte, ningún pastor debe infundir temor a la
congregación ni pretender amordazarla. Al respecto el apóstol Pedro les exhorta:
“apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza,
sino voluntariamente… no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro
cuidado, sino siendo ejemplo de la grey”.

Cuánta falta están haciendo los enjundiosos estudios impartidos por maestros
diligentes en las escuelas dominicales de otros tiempos, eliminadas hoy día en muchas
congregaciones.

Daniel Fernández