sábado, 18 de junio de 2011

¿Quieres ser un evangelista internacional?








El uso de los medios televisivos, satelitales, vías microondas, internet, y otros derivados, ha permitido que  la tierra esté saturada por la Palabra de Dios, al punto de que es difícil hoy día que alguien pueda decir que no está enterado del plan de salvación predicado por los evangelistas de los primeros siglos antes y después de Cristo. La Palabra de Dios dice: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (San Mate 24:14). Razón por la cual la Palabra de Dios ha llegado hasta las partes más recónditas de la tierra en más de 1120 idiomas y dialectos del mundo por tierra, aire y mar.
A las montañas de cualquier país del mundo, las bestias, las pequeñas embarcaciones, han sido el transporte de misioneros abnegados que hicieron la labor de evangelistas, siempre conscientes de la importancia y responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero satisfechos por el gran beneficio que esto significaba para quienes les escuchaban. Muchos de ellos dieron sus vidas en naufragios, o despedazados por animales feroces,  mordidos por serpientes venenosas, consumidos por la malaria, el paludismo, la disentería, la tuberculosis y otras enfermedades mortales en medio de caudalosos ríos e intrincadas selvas, en cumplimiento del mandato de Jesucristo: “…id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo más el que no creyere, será condenado”  (Marcos 16:15-16). Para estos genuinos siervos, el vocablo “mundo”, bien lejos de la comodidad y el confort de nuestros días, se extendía a los lugares más inhóspitos y muchas veces  impenetrables. Era tan profundo y amplio su amor por los perdidos, como amplio y profundo era el amor de Dios que los poseía. Ahora, yo le pregunto: 
 ¿Quiere Ud. ser un evangelista?
He aquí algunas sugerencias.  Primero: Ore al Señor para que le dé amor por las personas sin Cristo. Segundo: Dígales que Cristo vivió, murió crucificado, pero resucitó para perdonarles sus pecados y salvarles de la condenación eterna. No los distraiga ni confunda, adornando la predicación con temas seculares.  Tercero: Háblales del inmenso y sublime amor de Dios hacia ellos. Cuarto. Diles que sin Jesucristo, son esclavos del pecado. Quinto. Digales que la sangre que Él derramó en esa cruz fue el precio pagado por su redención. Sexto. Digales que si creen en ese sacrificio de Jesucristo serán perdonados, salvados y no estarán condenados eternamente (Juan 3:16-17).
¿En qué lugar comenzarás?
No te imagines todavía volando en un avión por todo el mundo, o en la pantalla de un televisor, o colgando en internet tus predicaciones. Te diré. Los lugares sobran: por ejemplo: Estás en una entidad bancaria. Hay muchas personas aburridas o nerviosas esperando. Habrás comprado muchos folletitos que hablan sobre el plan de salvación, los habrás metido en tu bolso o morral. Ahora, muy prudentemente te acercarás a cada persona que espera su turno, le ofrecerás un folletito, diciéndole: -“Buenos días (o tardes, según sea), -mientras espera su turno, váyalo leyendo, es un obsequio”- Si alguien te lo rechaza, tú, tranquilo. Continúa, sin temor. Ahora, disimuladamente, observa la actitud de las personas que han recibido el folleto. Seguro que el noventa por ciento de de ellos te hará sentir bendecido y satisfecho.
Existen muchos otros lugares propicios: el liceo, la universidad, el hospital, un centro carcelario, o cualquier unidad de transporte público: el metro, la camioneta, el avión, etc. Pero podrías encontrarte en una plaza o un parque, en donde hay muchas personas: algunas acompañadas, otras solas; unas, tristes, apesadumbradas; otras, alegres, indiferentes; unas sentadas, otras de pie; en fin… Allí tendrás un poco más de libertad. Podrás sentarte cerca de alguien, e iniciar una conversación  mediante una frase como: “¿Ha notado usted cómo los días pasan tan rápidamente?, o, “¡cuántas personas han muerto por lo que está pasando en el mundo!”. El diálogo se desarrollará entonces, y tendrás la oportunidad de hablarle de Cristo. Quizás tienes más folletos en tu morral, a quien les puedas seguir obsequiando, sino, al llegar a tu casa, orarás algún rato por todas esas personas. Si te has amistado con algunas de ellas,  o le has ministrado para salvación, procura invitarlas a tu congregación o indicarle alguna otra. Trata de comunicarte siempre con ellas para saber cómo ha sido su progreso.
Ahora eres un evangelista internacional.
¿Cómo? ¡Pero si a penas conozco algunas regiones de mi país! Sí, es verdad, pero tuviste la oportunidad de regalarle un folleto o hablarle personalmente del evangelio, a un colombiano, peruano, ecuatoriano, haitiano, argentino, dominicano,  italiano, español, portugués, boliviano, brasilero, mexicano,  etc., etc., etc…
Naturalmente, esto solo lo saben tú, Dios, y las personas a quienes les has comunicado la Palabra. Así que cuando oigas a tu pastor decir: “¡hay creyentes a quienes nunca se les ha visto predicar a un alma, repartir un folleto, llevar una palabra de consuelo o visitar a alguien!”. Tú, tranquilo. Tu pastor no es omnisciente. Recuerda que “el hombre mira lo que está delante de sus ojos, más Jehová mira el corazón” (1ª. Samuel 16:7)  ¡Él no sabe que tiene en su congregación a un evangelista internacional!


Daniel Fernández Medina

jueves, 16 de junio de 2011

¿SALVACIÓN DESPUÉS DE LA MUERTE?


 “Y de la manera que está establecido a los hombres
 que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio”  (Hebreos 9:27).

Todavía hay quienes enseñan que después de la muerte existe un lugar  en donde la persona puede salvarse de la condenación eterna, mediante la realización de algunos oficios religiosos, que por lo demás resultan tan onerosos, que sólo los de mayor posición económica podrían obtener tal privilegio.

Duele profundamente que aún hoy día se propague, como se ha hecho durante siglos, esta mentira. No existe un versículo en toda la Biblia que apoye esta enseñanza. La Palabra de Dios señala de manera taxativa: “…está establecido a los hombres que mueran una sola vez  y después de esto, el juicio”. Esta práctica les ha estado produciendo por siglos, pingües ganancias, y por nada del mundo se retractarían de ello.
Lo que relata el evangelista Lucas en el capítulo 16 de su evangelio, es bastante dramático: se trata de dos hombres, uno rico y otro mendigo. El primero, bien vestido de lino fino y púrpura, sentado a la mesa ingiriendo sus suculentos manjares, comida y buen vino..El mendigo, por el contrario, echado a la puerta, llagoso y lamido por los perros que llegaban junto a él, deseando comer de las migajas que caían de la mesa del rico. Mueren ambos, y “…el mendigo es llevado por los ángeles al seno de Abraham,( lugar de reposo, paz). El rico es sepultado, y en el Hades (lugar de tormento), alzó sus ojos estando en tormento, y vio de lejos a Abraham y a Lázaro, el mendigo, en su seno. Entonces dando voces , dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lucas 16:22-27)

Lamentablemente, las peticiones de este hombre a favor suyo, no pueden ser acordadas.

En primer lugar: Dios no puede extender su misericordia al hombre hasta después de la muerte, salvo que éste haya aceptado a Jesucristo, el autor de la vida, como su Salvador personal:  “El que en él cree, no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no creyó en el unigénito Hijo de Dios (Juan 3:18).

En segundo lugar: Nadie puede hacer algo por él, porque  “…en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres en el que podamos ser salvos” (Hechos 4:12)