miércoles, 12 de octubre de 2011

¿Perdonar? o ¿excusar?







La práctica del perdón es fundamental dentro del vivir de la persona que se dice cristiana. La palabra perdón y sus relacionadas aparecen múltiples veces a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento. La base de nuestra relación con Dios es el perdón, pues sin ese acto de misericordia hacia nosotros por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestra relación con Dios sería imposible. Sabemos que Dios perdona absolutamente TODO. Pero para nosotros también es necesaria una vida de perdón hacia nosotros mismos y hacia los demás, si queremos crecer espiritualmente. Sin embargo, ¿estamos realmente perdonando? ¿O simplemente excusamos?

La pregunta es muy importante porque me parece que muchas veces, por falta de conocimiento, sustituimos el perdón por una excusa, y nos quedamos muy lejos de lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas. Para conocer la profundidad del perdón necesitamos ver qué significa ese acto sobrenatural que se origina en la Persona de Dios hacia la humanidad.

La Biblia dice que el alcance del perdón de Dios es total. Abarca cualquier tipo de ofensa. Para que haga falta perdonar, se necesita una falta, algo que se ha hecho mal. Y por supuesto un ofensor, y un ofendido. No se debe desligar la palabra perdón de la palabra pecado, pues al no existir falta alguna, no hay nada que perdonar. De hecho, mucha gente hoy en día dice que no tiene nada que perdonar, pues quien perdona es Dios, y dicen que ellos lo que hacen es disculpar. Pero esto no es lo que Dios dice. El Señor Jesucristo tiene varias exhortaciones hacia sus discípulos a perdonar a los demás. El Padrenuestro dice que

Dios nos perdona conforme nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. El pecado o la falta generan una “deuda” hacia quien se ha ofendido. Es una deuda moral, por así decirlo. Se le ha faltado a alguien y se le debe pagar. Sabemos que nuestra deuda para con Dios es impagable, así que Dios mismo la pagó por nosotros, quedando libres de toda deuda u obligación para con Él. Lo que vivimos con Dios después de comprender ese hecho, lo vivimos con una gran alegría. Con la alegría de dos personas que no se tienen ningún tipo de deuda, que no se deben nada la una a la otra. Que pueden entonces ser amigos, tener una relación clara.

¿Pero y qué de nuestra deuda con los demás? ¿Cómo pagamos? ¿Cómo perdonar? ¿Cómo ser perdonados? La respuesta más obvia es pidiendo perdón. Cuando alguien es consciente de que ha ofendido a otra, lo natural es que esa persona se acerque a la que ha ofendido y le pida que le perdone. Se pide perdón porque se reconoce una ofensa, y porque además uno no puede pagarle de ninguna manera por una deuda moral a otro. Si le ofrecieran dinero por una ofensa moral, usted podría aceptar el dinero, pero igual quedaría ofendido. No se puede reparar ropa con clavos, por decirlo de alguna manera. Se debe reparar con el mismo material que se perdió. Si la falta, lo que se ha quitado, pertenece al reino de lo inmaterial, metafísico (no físico), pues la restitución ha de efectuarse en ese mismo ámbito.

Muy bien. Entonces, sabemos pedir perdón, y sabemos que deberíamos sentirnos mal cuando ofendemos al otro, pues eso asegura que la persona reciba nuestra palabra de perdón. Nuestra intención debe ser sincera. Pedir perdón debe ser un asunto serio. Si no siente uno la necesidad de acercarse a otro que ha ofendido, necesitamos preguntarnos qué nos pasa. Nuestro corazón no anda bien.

Ahora bien, ¿qué hacer cuando alguien nos pide perdón? Pues perdonarlo, por supuesto. Pero aquí tenemos un asunto importante también. ¿Cómo perdonamos? La Biblia nos dice que no tengamos ninguna deuda con nadie, excepto la de amarnos mutuamente. También nos dice que perdonemos de todo corazón (Mateo 18:35). Si la Biblia advierte sobre perdonar de todo corazón, es porque puede darse la situación de un perdón a medias, incompleto. Esto es muy frecuente.

Cuando perdonamos, necesitamos entender que debemos hacerlo de todo corazón para que nuestro corazón quede limpio. No se trata de la ofensa, ni siquiera se trata del ofensor o agresor. No tiene nada que ver con el hecho de que la persona que nos ha ofendido se merezca o no el perdón. Eso no nos corresponde a nosotros determinarlo, porque el artífice de cualquier perdón verdadero es Dios mismo, quien perdonó TODO a TODOS para siempre, con el fin de que CUALQUIERA que lo desee pueda acercarse a Él por medio de Jesucristo, el gran propiciador del perdón. Necesitamos perdonar para poder quitarnos de adentro el peso que significa pensar constantemente en la ofensa, en la manera de vengarnos, para dejar de “cuidarnos” de que no nos vuelvan a hacer lo mismo, para dejar de condenar al otro por sus actos, para dejar de “llevarle la cuenta” de sus faltas para con nosotros. Es a nosotros mismos a quienes cuidamos cuando ejercemos el perdón hacia los demás.

Se preguntarán ¿y qué de la justicia? Bueno la justicia de Dios con nosotros ha sido bastante “injusta” ¿no lo creen así? Imposibilitados de hacer nada por saldar nuestra deuda con Él, pues Él mismo decide darnos borrón y cuenta nueva, ¿qué tal? ¿No te parece un poco injusto para Él? A mí me parece que necesitamos calibrar mejor nuestro concepto de justicia para que coincida con el de Dios (Romanos 5:8).

Y continuamos preguntándonos ¿pero cómo perdonamos de todo corazón? Esa es la pregunta más importante. Y necesitamos responder siendo honestos para con nosotros mismos y para con Dios, pues no podemos hacerlo. Nosotros mismos con nuestras herramientas naturales de seres humanos no podemos. De hecho no queremos. Si tratamos y nos esforzamos, nos damos cuenta de que no podemos hacerlo. Es Dios mismo en nosotros quien puede hacerlo. Como todas las cosas que la Biblia nos dice que hagamos, es imposible perdonar verdaderamente, de todo corazón a cualquier persona sin que sea Él mismo, viviendo Su vida en nosotros quien lo haga.

Así que si te encuentras en ese lugar sin salida en el que te has dado cuenta de que no puedes perdonar a alguien por ti mismo, ¡felicidades! Dios estaba esperando a que llegaras a esa convicción para encontrarse contigo y decirte: Yo sí puedo hacerlo por ti. ¿Me dejas? Y si de manera sincera permites que Él lo haga, entonces de ti surgirá el perdón como un manantial, del que simplemente brota agua, porque para eso hizo Dios los manantiales. Así como nos ha hecho a nosotros para ser como Él es. Así de simple y de complejo a la vez.
Que Dios pueda siempre darnos convicción de nuestras faltas, y la valentía para admitir que sin Él no podemos hacer nada.
Bendiciones en toda paz, alegría y sabiduría de lo alto.


Miguel González
Médico siquiatra

No hay comentarios: