domingo, 28 de agosto de 2011

Jesucristo es el Señor


Con esta sencilla pero poderosa frase podríamos resumir la esencia de nuestra fe. En el
 hecho consumado de que Cristo sea quien reina por encima de todas las cosas descansa nuestro refugio contra cualquier tipo de error en la vida. Voy a intentar explicar tan osada declaración.
Todos admitimos mental o intelectualmente que Dios tiene el control de todas las cosas. En Venezuela se suele decir “primeramente Dios”. Somos un pueblo bastante religioso. Sin embargo, nuestra sociedad, como tantas otras alrededor del mundo, carece de un verdadero vivir cristiano. De un auténtico desarrollo de las enseñanzas de Jesús a nivel regional o nacional.
Parte de lo que ocurre es que no hemos aprendido a cultivar en nuestra vida diaria el hecho de que Jesús es Señor. Practicamos ciertas disciplinas espirituales pero la mayor parte de nuestras vidas permanece sin tocar por Cristo y Su mensaje. Esto está muy conectado con nuestra manera de estructurarnos como sociedad en el mundo occidental moderno.
Pensamos y vivimos con la noción de que existen dos ámbitos de la vida o de la realidad: el espiritual y el mundano o secular. Esta idea la heredamos, no de la Biblia ni de las enseñanzas de Cristo, sino del pensamiento griego que predominaba en el tiempo en que el Señor Jesús vivió en la tierra. Los griegos fueron quienes sentaron con esta filosofía las bases para la llamada civilización occidental en la que hoy vivimos.
Por otra parte, la sociedad hebrea o judía, tiene una concepción del mundo y de la vida muy distinta. Su manera de ver y vivir la vida (al menos como la vemos enseñada en el Antiguo Testamento) les viene dada por su historia con Dios. Él es el Creador de todo lo que existe, por lo tanto suya es la tierra y toda su plenitud (Salmo 24:1; 1 Corintios 10:26). Esta noción, intensamente impartida al pueblo de Israel durante más de cuatro mil años (desde los tiempos de Abraham), les otorga una concepción del ser humano más integradora. Si bien reconoce que existe un plano invisible y otro visible, y que en el ser humano posee una mente y un corazón, no concibe estos ámbitos o realidades como independientes, sino mutuamente dependientes y conectadas. En los cinco libros de la ley judía, que se corresponden con los cinco primeros libros de nuestra Biblia,  y especialmente en el libro de Levítico, podemos ver que ningún aspecto de la vida “común” es ajeno a Dios. La comida, las relaciones familiares, el comercio, la guerra, la política, el ámbito judicial, todo, absolutamente todo tiene un carácter sagrado por así decirlo, y está bajo la observación y cuidado de Dios. Esto es lo que Él quiere enseñarnos nuevamente en nuestros días. Que no existe aspecto de la vida humana que pueda ser catalogado como “secular”, o que a Dios no le interese. Él está interesado en el bienestar del ser humano en todas y cada una de sus actividades, y está muy interesado en participar y ser parte fundamental del desarrollo de la humanidad en todo lo que hace.
Esta es nuestra herencia común como hijos de la fe de Abraham. Somos descendientes espirituales de toda una línea muy antigua de personas que han creído en un Dios que no han visto, pero que sí han experimentado como un Ser real y participante activo en nuestra realidad diaria. Pero necesitamos recordarnos a nosotros mismos esta preciosa verdad, y caminar en los pasos de Jesucristo, quien no hacía nada por Sí mismo, sino que lo que veía hacer a Su Padre y lo que oía de Él eran Sus hechos y Sus palabras (Juan 8:28). Es un gran reto para cada persona creyente en Jesucristo llegar a estar completamente persuadida de Dios (2 Corintios 10:7), tomar diariamente su cruz, negarse a sí misma y seguir amorosa y obedientemente la voz de Su Señor. Al levantarse, al tomar sus alimentos, al momento de hablar, al trabajar. Cuando se relaciona con sus mayores, con personas del mismo sexo o del otro sexo. Al cuidar de sus hijos. Cuando da y cuando recibe. Cuando piensa en su vocación en la vida. Cuando piensa en casarse. Cuando mira televisión o navega por internet. Cuando sueña. El pensamiento fijo y persistente de que Jesucristo se convierta en el Señor absoluto de su vida debe estar presente en la vida de cada uno de nosotros, y es nuestra responsabilidad personal el verificar día a día que eso esté ocurriendo realmente. Que Su voluntad se esté llevando a cabo en nosotros y por medio de nosotros. En todo.
No existe tal cosa como un ámbito de la vida solamente espiritual y otro solamente material o secular. Cuando hablamos con Dios, lo hacemos también con nuestra boca, que es de carne y hueso. La comida con que nos alimentamos, también alegra nuestra alma y nuestro espíritu. Todo el tiempo vivimos en medio de una misma realidad, con su componente espiritual y su componente visible. Dios es invisible, pero se hace visible en medio de nosotros porque Su pueblo, Su iglesia es Su cuerpo sobre esta tierra. Y esto no es una metáfora, es real. Somos Sus manos, Sus ojos, Sus oídos, Sus pies, cuando obramos, vemos, oímos y caminamos como Él lo hace.
De esta manera podemos honrar a Dios con toda nuestra vida, y así nuestra vida se convierte en un acto continuo de adoración a Dios. En una ofrenda continua. Nos convertimos en adoradores en espíritu y en verdad.
Planten su raíz en Cristo y tómenlo como base sólida para construir su vida. (Colosenses 2:7)
Siempre dediquen al Señor Jesús todo lo que digan y lo que hagan, dando gracias a Dios Padre a través de Jesús. (Colosenses 3:17)


Dr. Miguel González M.
                                                                                                                               -Médico siquiatra-

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