martes, 29 de noviembre de 2011

¿Le tenemos miedo a Dios?


    Me parece que sí. Vivimos la mayor parte del tiempo como esos hombres y mujeres del Antiguo Testamento, que se escondían de la presencia del Señor. Que cuando Dios se les aparecía inmediatamente pensaban que iban a morir, y entonces pedían que no se les acercara, porque sentían, al percibir Su maravillosa presencia, Su Ser perfecto, lo imperfectos que ellos eran. Somos como el apóstol Pedro, quien luego de la pesca milagrosa (el primer encuentro con el Señor Jesús) le dijo: apártate de mí Señor, que soy hombre pecador (Lucas 5:9). Esa es una reacción muy natural. Es lo que ocurre cuando se experimenta la cercanía de Ese Alguien tan diferente a nuestra propia condición humana. Alguien tan extraordinario. Tan fuera de este mundo. Sin embargo, tales encuentros con Dios tenían, y siguen teniendo, un mismo propósito: atraer a humanidad hacia Él. Dios siempre ha querido estar cerca de nosotros. Siempre. Desde que hizo a Adán.
    En ese primer encuentro de Pedro con Jesús, el Señor le dijo a Pedro dos cosas:
    Primero: al igual que a Moisés, a Gedeón, a Jeremías y a tantos otros. Y al igual que a ti y a mí. Nos dice: No tengas miedo. No tienes por qué temer. Sé que te han enseñado a tenerme miedo, pero Yo nunca he querido que sea así. Al igual que con tus padres terrenales, te asusta un encuentro de frente conmigo. Te asusta enfrentarte a Mí. Verme cara a cara. Hablarme de tus dificultades, de tus frustraciones. De tu enojo. De tu amargura. De tus secretos.
    Pero yo te digo otra vez: No tengas miedo de Mí. Yo no voy a hacerte daño, de ninguna manera. Si quieres confiar en Mí, Yo te voy a mostrar una Vida totalmente distinta. Si continúas cerca de mí, aprenderás a ver como Yo veo, te llenarás de Mí, e incluso podrás mostrarle a otros cómo venir a Mí.
    Y ese es el segundo mensaje de Dios para nosotros. A Pedro le dijo que de allí en adelante iba a pescar gente. A otros les dijo que iban a vencer a sus enemigos, a otros les mostró grandes eventos para advertir a los demás. Y para ti y para mí también tiene muchas cosas para compartir. Toda una Vida. Toda una eternidad.
    Si continuamos teniéndole miedo a Él, en vez de tener miedo de seguir por nuestra propia cuenta, nos perdemos la esencia de la vida misma. Si decidimos confiar a diario en Él, a cada instante, crecemos, aprendemos, vencemos. Y vivimos de verdad.
    Necesitamos romper con el ciclo en el cual cometemos alguna equivocación, pecamos y entonces nos escondemos de Dios, porque no podemos ser “suficientemente buenos” para estar con Él. ¡Eso es una gran mentira! Él se hizo suficientemente “malo” al cargar con nuestros pecados, para poderse asegurar el camino libre a nosotros. Él sabe lo que se siente ser indigno. Él se colocó totalmente en nuestros zapatos. Recordemos lo que dice Filipenses 2:5-8. Se bajó de Su propia dignidad y majestad, y se hizo hombre. Aprendió obediencia viviendo como uno de nosotros, aunque sin pecado. Y luego entregó Su vida, haciéndose pecado para que nosotros pudiéramos tener Su Vida en nosotros, por gracia mediante la fe en Él, creyendo, confiando en Él. Esa fe, esa confianza es una relación que se construye día a día, momento a momento, error tras error, cuando nos levantamos luego de cada fallo con la confianza de que Él está a nuestro favor, nunca en contra nuestra. Cuando aceptamos que nosotros mismos somos incapaces de hacer nada por mejorar nuestra condición. Que todas esas obras nuestras no son sino trapos inmundos. Que pueden parecer buenas, pero sólo son apariencias. Él desea que realmente concienticemos nuestra inmensa necesidad de Su dirección para nuestro vivir. Que dejemos de temer acercarnos a Él para decirle: ¿sabes? Si Tú no me guías, no sé por dónde ir. Si Tú no me dices cómo, no sé qué hacer. Estoy cansado (a) de simplemente vivir a mi manera, incluso de hacer “cosas buenas” y “portarme bien” según mi propio criterio. ¡Necesito que seas Tú Quien me dirija! Tú Quien mueva mi pensamiento, mis palabras y mis actos. Y si no lo haces pronto entonces esperaré a que lo hagas a Tu tiempo. ¡Voy a confiar en Ti!
    Esa es la oración de una persona que quiere estar y permanecer cerca de Dios. Que sabe que Dios conoce lo que es mejor para cada uno de nosotros. Y que se conoce a sí misma y por lo tanto sabe que en nuestra naturaleza no hay nada que valga la pena rescatar. Que nos es necesario morir cada día para poder vivir en Cristo cada día. Que necesitamos tomar en serio aquello de tomar la Cruz para poder seguirle entonces. No podemos resucitar sin morir primero. No podemos tener la vida de Cristo y la de nosotros al mismo tiempo. No podemos temerle a Dios y amarlo al mismo tiempo. Porque el miedo tiene que ver con el castigo, pero el amor elimina el miedo (1 Juan 4:18). Así que afirmémonos en esta verdad, de que Dios desea estar cerca, muy cerca de cada uno de nosotros para que, al conocerlo y conocer Su maravilloso amor por nosotros, nunca más tengamos temor, y podamos amar también nosotros como Él ama.
    El Señor se le apareció esa noche y le dijo: «Yo soy el Dios de tu papá Abraham. No tengas miedo que yo estoy contigo. Te daré mi bendición y haré que tengas muchos descendientes por causa de mi siervo Abraham» (Génesis 26:24).
    El Señor te dirigirá, estará contigo y no te dejará ni te olvidará. No tengas miedo» (Deuteronomio 31:8).
    Te repito: sé fuerte y valiente. No tengas miedo ni te desanimes porque el Señor tu Dios estará contigo donde quiera que vayas» (Josué 1:9).
    Y el Señor le dijo: —Cálmate, no tengas miedo, no vas a morir (Jueces 6:23).
    Te tomé, de lo más remoto de la tierra, te llamé de los rincones más lejanos, y te dije: “Tú eres mi siervo, te elegí y no te hice a un lado”. No temas, estoy contigo. Yo soy tu Dios, no tengas miedo (Isaías 41:9).
    Isa_41:13  Porque yo, el Señor tu Dios, te tomo de la mano. Yo soy el que te dice: “Te ayudaré, no tengas miedo”.
    No tengas miedo, porque no serás avergonzada. No te desanimes, porque no serás humillada. Olvidarás la vergüenza de tu juventud y no recordarás la humillación de tu viudez (Isaías 54:4).
    Me  dijo: “Daniel no tengas miedo. Dios te ama. Recupera tu fuerza y ten valor”. »Mientras él me hablaba, yo empecé a sentirme mejor y dije: “Señor, háblame. Ya tengo fuerzas” (Daniel 10:19).
    Pero Jesús no les hizo caso y le dijo al dirigente: -No tengas miedo. Sólo ten fe (Maros 5:36, Lucas 8:50).
    El ángel le dijo: -No tengas miedo, María, porque Dios está contento contigo (Lucas 1:30).
    Entonces Jesús le dijo a Simón: -No tengas miedo. De ahora en adelante vas a pescar gente (Lucas 5:10b).
     Al verlo, caí a sus pies como muerto. Luego, él puso su mano derecha sobre mí y dijo: "No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último (Apocalipsis 1:17).

Dios nos revele esto en profundidad. En Él.



Miguel González
Médico siquiatra

No hay comentarios: