viernes, 13 de enero de 2012

La Ley y los Valores

“Instruye al niño en su carrera y aún cuando fuere
 viejo no se olvidará de ella” (Prov. 26:2, V.R.V.)


Abog. Daniel David Fernández Fontaine
    Cuando cualquier sociedad corre el riesgo de perder el control sobre la restricción de la violencia, sobrepasando los límites establecidos en las leyes, las normas actúan sólo como una estimación de la pena a aplicarse a los transgresores, Es decir, se reduce a la actividad punitiva, dejando para la educación y la formación en valores, la ardua tarea de prevenir. Sin embargo, una de las funciones de las normas, en toda sociedad organizada, es justamente la prevención. Se supone que ante la eventualidad de un castigo, y el rechazo de la comunidad a esa conducta tipificada en la ley como delito, el sujeto se percate de las consecuencias de sus actos, se comida, y preferiblemente, se inhiba de desarrollar dicha actitud. Sin embargo, cuando los estandares de violencia y permisividad, entendida ésta negativamente, sobrepasan los valores preexistentes, el individuo ya no se comide, ya no se inhibe y por lo tanto ya no teme cometer la acción delictiva. Eso puede deberse a muchos factores: sociales, jurídicos, psicológicos. Sin embargo, pareciera ser que al fin y al cabo, después de que los expertos en el tema de la criminología han debatido por decenas de años las causas de la raíz del delito, todo desemboca, inevitablemente, en los valores del individuo. Estos valores, que deben ser transmitidos por el hogar, por la escuela, por las instituciones religiosas de la comunidad donde el individuo desarrolla su personalidad, son corresponsables junto al Estado, en la labor preventiva del delito. No se trata pues, de una afirmación vaga la que hace el Rey Salomón:“Instruye al niño en su carrera y aun cuando fuere viejo no se olvidará de ella” (Prov. 22:6, versión Reina Valera 1960).
    La complejidad de la crianza de un hijo, con sus retos educativos, económicos y espirituales, salud y estabilidad, es vacía sin la inclusión de valores. De nada sirve una educación universitaria con la ausencia de éstos, y de nada sirve el ejercicio externo de una religiosidad, si el sujeto desarrolla actitudes potencialmente dañinas para sus semejantes, sin más freno que la propia voluntad. De nada sirve una represión religiosa o una falsa libertad. Caso grave es cuando la propia ley se debilita en su aplicación. Pero mucho antes de esa fase ejecutiva de deterioro social, es oportuno recordar que la decisión de hacer el mal es individual e intransferible, bajo la única responsabilidad del individuo, y no debe culparse a ningún ente externo o circunstancia, de su existencia. Ciertamente, no es eximente que la sociedad y el Estado creen o apañen en determinados casos, caldos de cultivos propicios para su expansión y afirmación. Reforzar al niño en sus máximas cualidades, es la única esperanza para las futuras generaciones.

No hay comentarios: