viernes, 13 de enero de 2012

¿Qué hacer durante la aflicción?




Dr. Miguel González
Médico siquiatra
“Fueron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús les dijo a sus discípulos: «Siéntense aquí mientras yo oro.  Se llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a sentir tristeza y angustia” «Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y vigilen. Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar” (Marcos 14:32-35a).

¿Está afligido alguno entre ustedes? Que ore (Santiago 5:13)

“Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Corintios 12:10)
“La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte. Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para ver que se haga justicia!”. (2 Corintios 7:10-11a).
Muchas veces nos vamos a encontrar en problemas. La vida en este tiempo está llena de dificultades. El Señor Jesucristo nos aseguró: en el mundo tendrán aflicciones. No es una posibilidad, es una certeza. Y mucho más cuando se ha decidido seguir a Aquél que es la Verdad. Por mi causa sufrirán toda clase de calumnias y persecuciones. De hecho, la persecución es una de las marcas de la Vida de Dios en nosotros, y no lo contrario, como algunos enseñan. Ciertamente hay un gozo, una alegría en lo profundo del ser humano que se arrepiente de su manera de vivir y decide entregarse a Jesús y a Su Voluntad, y esa seguridad y gozo le permiten afrontar las dificultades, pero también es verdad que este mundo va en la dirección contraria, y eso ocasiona una diferencia, una lucha entre el creyente y el mundo como sistema, como manera de ver la vida. Esto genera, por así decirlo, un constante y creciente estrés en la vida del cristiano. Entonces, como dijeron los primeros creyentes en Jerusalén, ¿qué haremos?
De manera natural tenemos la tendencia a aliviar nuestro sufrimiento por nuestra propia cuenta. Al enfrentarnos con la tristeza de una noticia, con una frustración por expectativas no satisfechas, con la pérdida de bienes materiales o de personas queridas, la respuesta inmediata es la de huir, refugiarnos, buscar algún lugar (en el sentido emocional) en el cual poder “pasar la tormenta”. En ese intento podemos acudir a los amigos, a algunas distracciones, a minimizar el sufrimiento, a declarar que “todas las cosas ayudan a bien…”, y muchas otros buenos o no tan buenos recursos con que contamos. Pero lo que realmente necesitamos, lo que en verdad nuestro ser requiere es ir a Él. Pedro lo dijo de una manera excelente: “¿A quién iremos Señor, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?” Solamente Jesús tiene las palabras, la dirección, el propósito. Sólo Él nos conoce verdaderamente, completamente. Sólo Él.
Así que vamos a acudir a Él en oración, como nos recomienda Santiago. Vamos a apartarnos y a orar, como nos dice el mismo Señor, cuando se aproximaba su hora de mayor sufrimiento. Pero, ¿de qué manera? ¿Pidiendo que Dios nos quite el problema? ¿Qué nos libre de la prueba, del dolor, del mal rato? Tanto el Señor Jesús como el apóstol Pablo, como tantos santos y santas a través de todos estos siglos hemos hecho, ese es nuestro primer acercamiento a Dios. Pero no podemos detenernos allí. El Señor no lo hizo. Pablo no lo hizo. De ninguna manera. Ambos en su momento recibieron una palabra adicional. Ambos insistieron en tres ocasiones. “Padre, si es posible que pase de mí esta copa… Y en el caso de Pablo: “Señor, quita de mí este aguijón en mi carne…”, y en ambos casos, en tres oportunidades para cada uno, la respuesta fue básicamente “no”.
Pero había algo más. Había algo que Dios quería enseñarles al Señor Jesús y a Pablo en medio de sus sufrimientos. Y hay algo más que Dios quiere que aprendamos en medio de nuestros sufrimientos. Para el Señor, estuvo claro inmediatamente, ya que seguido dijo: “…pero que no sea como yo quiero, sino como Tú”. Para Pablo, la respuesta fue: “que te baste mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”. Dios no quitó la aflicción, la permitió con un propósito superior.
Así, puede que para nosotros tampoco quiera que escapemos del sufrimiento. Por supuesto no estoy queriendo decir que busquemos el sufrimiento. Para nada. Lo que quiero decir es que una vez que nos alcance el dolor, no salgamos corriendo a pedirle a Dios que nos lo quite, ni mucho menos queramos nosotros buscar refugio en distracciones que nos hagan quitar la vista de lo que Dios puede querer hacer en nosotros.
Más bien preguntemos a Dios: Señor, ¿es esta una tristeza, una aflicción que viene de ti? El versículo que cito arriba de la segunda de Corintios nos da una luz nueva acerca del origen de sufrimiento, de la tristeza. Dice Pablo que existe una tristeza QUE VIENE DE DIOS, y que al aceptarla, ocasiona que el creyente produzca fruto de arrepentimiento en su vida. ¡Salvación señoras y señores! En ese caso, no hay que arrepentirse de esa tristeza. No se debe desechar. ¡Es, de hecho, una tristeza buena!
Por supuesto, existe una tristeza que proviene del mundo. Esa genera muerte. Es decir, falta de vida, falta de Cristo en nosotros. No produce fruto. No produce cambio. No produce nada. Esa tenemos que desecharla, pero muchas veces la diferencia es sutil y no es sencillo discernir su origen. Por eso, oremos: Señor y Dios de todo lo que existe, no nos permitas hacer lo que queremos, sino más bien en medio de la angustia, de la tristeza y del dolor, enséñanos a entender, a aceptar que la Sabiduría Escondida puede parecer tontería, pero trae Vida a nuestro ser cuando aprendemos a ver y a caminar como Tú ves y caminas en este mundo. Enséñanos a reconocer la diferencia entre la tristeza y la aflicción que vienen de Ti, que pretenden un cambio en nosotros para Vida Eterna, y la aflicción del mundo que produce muerte. Guárdanos del mal. En el Nombre de Jesucristo. Amén. Así que no corramos. Aprendamos a abrazarnos a Dios y al sufrimiento que tenemos por delante, sabiendo que en nuestra debilidad se mostrará Su Fortaleza.
Y que el año que está por comenzar revele a un Cristo mucho más grandioso en las vidas de cada uno de nosotros. Con Su amor.
Versiones: NVI, y PDT

No hay comentarios: