miércoles, 11 de febrero de 2015

PARA LOS TRABAJADOS Y CARGADOS



Por Letty Moreno

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”. (Mateo 11:28-30)

          En tiempos de incertidumbre individual y colectiva, donde los medios de comunicación, redes sociales y conversaciones habituales tienden a inquietar al creyente, es casi imposible ser libres del estrés, esa inquietud, nerviosismo y desasosiego que ya es común en nuestra experiencia. El estrés proviene de sentir que no tenemos el control de nuestras vidas y de las circunstancias del entorno. Esta perturbación humana ha existido en todas las épocas y edades históricas, por eso en Jer. 31:25 el Altísimo afirma: “Satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida”.
          Este desasosiego, que ocasiona la producción de sustancias químicas nocivas para el organismo (cortisol), no es experiencia exclusiva de los adultos. El grado de estrés que experimenta un niño con sus pequeños problemas es igual al de un adulto con sus grandes conflictos, por cuanto el problema se genera en el sentimiento de pérdida del control sobre las circunstancias. Conozco de alguien que experimentaba a sus 6 años tal preocupación por su asignación escolar de cinco copias de cinco líneas, que podía ser comparable con la perturbación que le generaba en su adultez un problema personal o laboral de trascendencia para su vida. Es así que, se puede afirmar que solo Dios puede dar descanso del estrés de todas las épocas y edades, por lo cual nos prescribe para no estar afanosos por nada.
          Ante esta debilidad, de nuestra propensión al estrés, Jesús deja promesas de descanso para nuestra alma en Mateo 11:28-30, al explicarnos de dónde proviene este cansancio y hastío que a veces nos abruma. No sin antes invitarnos a su descanso, ese que sobrepasa todo entendimiento, el Señor nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallareis descanso para vuestras almas”.
          Ser manso y humilde implica renunciar mental y emocionalmente a derechos que creemos tener. Pensamos que somos dignos de tener provisión segura, de disfrutar el respeto de nuestros semejantes, que debemos ser aceptados en todos los ámbitos, que merecemos colaboración y reconocimiento, entre otros. Cuando asumimos la mansedumbre y la humildad, tal como Jesús nos invita a hacerlo, pensamos menos en nuestros derechos y más en nuestros deberes. Como dijera alguien con muy buen juicio: “Ser humilde no es pensar menos de nosotros, sino pensar menos en nosotros”.
          Finaliza el Señor Jesús su atractiva invitación garantizando que su yugo es fácil y ligera su carga. ¿Cómo no ha de ser así?. Si Jesús no nos busca por interés. El no saca ganancia de nosotros. Él es Todopoderoso, tiene el control sobre todas las situaciones, no para hacer nuestra voluntad, sino para hacer su voluntad que es garantía de resultados agradables y perfectos. Jesús es la esencia de la sabiduría, no se equivocará jamás. Él es dueño de los tiempos, nada lo toma por sorpresa. En conclusión, no hay nada más fácil y descansado que servirle renunciando a derechos que no son nuestros, y que en todo caso, Él nos garantiza por su pura gracia. De manera que, para hallar descanso hay que creer que Jesús, quien tiene el control, es digno de confianza y abunda en misericordia y gracia para con nosotros, como para otorgarnos todas las bendiciones aun cuando no tenemos derecho a ellas.
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e-mail: salvadaporfe@gmail.com

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